Hace algunos meses, en un artículo que escribí, dije que
feminismos hay muchos. Tantos, que a veces una se acaba desmovilizando por sopor ante el constante debate, tira y afloja. Ciertos temas se enconan-coñan tanto que acaban por
aburrir, se quedan flotando en la superficie de las teorías, se alejan de la
calle y se vuelven improductivos. Si hasta hace unos años las feministas
parecíamos tener que enmarcarnos o bien en feminismos de la igualdad o de la
diferencia, o queer –que era ya lo más de lo más-, siempre ha habido que
mojarse en el tema de la prostitución, y cada 23 de septiembre, como siempre y
sin tarjeta, con la confusión de “trata y de prostitución”, hay que elegir y
posicionarse entre ser abolicionista o regulacionista.
Hace ya un par de años, saltaron a la palestra las
mediaticas Femén, un grupo de activistas jovencísimas ucranianas –en los
primeros tiempos, ahora el movimiento se ha internacionalizado- que, a muy
grandes rasgos, se caracterizaron por su crítica y acciones –generalmente
mostrando las tetas en lugres públicos, pero también derribando cruces,
asaltando iglesias, etcétera- contra las distintas iglesias cristianas, la sharia,
el islamismo y la prostitución por considerarlas distintas prácticas de
dominación y esclavitud del cuerpo femenino. Muchas feministas las aplaudieron,
otras muchas las criticaron y la controversia sigue, pero en cierto modo revisibilizaron
el debate de la prostitución. Un debate que, si bien nunca dejó de
estar presente, no llegaba con facilidad y asiduidad a los medios de comunicación tradicionales.
Arresto de una activista de Femen en Bruselas, durante una acción contra Putting. Diciembre de 2012 (Fuente: Geert Vanden Wijngaert/AP Images) |
Aunque Hetaria y muchos otros
llevan dando guerra desde siempre, varios colectivos de trabajoras del sexo participaron muy
activamente en las acampadas y asambleas del 15M durante 2011 en España –Recordemos
la deliciosa proclama: “Las putas declaramos: Los políticos no son hijos
nuestros”- y Feminismos Sol, tras largas asambleas y encuentros, llegó a varios
consensos a favor de los derechos de las trabajadoras sexuales y en contra de
la trata de personas. El debate, que
siempre estuvo en la calle, de forma literal, iba haciéndose cada vez más
extenso.
Yo entonces andaba más bien cercana al abolicionismo, pero
desde entonces he ido entendiendo cosas que nunca antes había comprendido y que
ahora sé explicar desde un punto de vista teórico, gracias en parte a lo partidaria
que soy de muchos conceptos que nos trajo la postmodernidad, y que también me
ayudan a posicionarme a este respecto. Me explico. Últimamente, desde la
izquierda sobre todo, mucha gente se queda únicamente
en las barbaridades Fukujama Style cuando habla de postmodernidad. No, oigan, no voy por ahí, no creo que haya
llegado el fin de la historia, ni de las ideologías. De hecho, la
“desideologización” -como "lo neutro"- no me parece sino el subterfugio pretendidamente aséptico
de la derecha.
A mi humilde entender, la postmodernidad es el paradigma
cultural en que nos movemos -al menos en Occidente-, el lugar desde el que
pensamos el mundo y, desde ese punto de vista, pienso que negarla sería como si
Velázquez se negara a ser barroco. Dentro de ese discurso postmoderno desde el
que pensamos, hablamos e interpretamos la realidad, hay algunas herramientas que
considero muy poderosas para el análisis, la crítica y la lucha, como la
deconstrucción y la importancia del relato para la identidad. Efectivamente,
los grandes relatos, muchas de las grandes Verdades –que no realidades- de la
modernidad se han tambaleado con la
globalización y la sociedad en red,y no diría que para mal. Los grandes
discursos del Comunismo o el Capitalismo, las grandes obras con afán de
universalidad ahora necesitan ser contextualizadas y relativizadas,
deconstruidas y reformuladas según las necesidades concretas o según los
colectivos de los que se trate. Y eso es la mar de sano: no es relativismo eximente, es
contextualización.
Probablemente, como anticipaba Foucault en Las palabras y
las cosas, esto ya empezó a ocurrir precisamente en la modernidad, tras el
“descubrimiento” del nuevo mundo al chocarse los europeos con nuevas formas
de entender el mundo. Pero ahora, más que nunca, con siglos de medios de
comunicación de masas democratizados, y más aún con el acceso a internet y la
revolución de las comunicaciones, cualquier personita de a pie debería poder entender que no existen
grandes modelos de Verdad que se puedan aplicar a otras culturas, contextos
sociales y realidades sin más. Las éticas tienen que ser necesariamente
dialógicas y las identidades conscientes de que lo son para poder ser
aquello que deseen ser libremente y en igualdad de condiciones.
Aclarado esto, puedo afirmar que, aunque me considero laica
y relaica y aunque no me guste ninguna religión -porque me parecen que todas usan
instrumentos de sometimiento de la mujer- nunca jamás se me pasaría por la
cabeza arrancar crucifijos de cuellos ajenos, prohibir velos, ni decirle a
nadie cómo tiene que empoderarse y luchar, porque soy consciente de mi lejanía
con el contexto de las personas que profesan religiones, de lo intraducible de
cada paradigma. Además, quiero insistir mucho en algo: he visto luchas y
activismos feministas mucho más fructíferas, atrevidas y fuertes en países
musulmanes, en Latinoamérica o la India, de
lo que seríamos capaces de hacer aquí, nosotras tan blanquitas, educadas y racionalísimas
europeas de pro. Y eso no es tampoco el relativismo cultural al que se agarra
el machismo, así que ojo, machistas relativistas transnacionales: acosar,
violar, pegar a una mujer, denigrarla y considerarla inferior, objetivizarla,
esclavizarla, negarle los derechos básicos etcétera, está mal en casa del español
viejo, del judío del kibtuz y del chino mandarín.
Desde ese mismo lugar, volviendo a la discusión del
abolicionismo, me pregunto si debemos dar por hecho que una mujer que ejerce la prostitución
está siendo denigrada. No lo tengo claro. O mejor dicho, creo que la única que
puede decirlo es la prostituta. Os recuerdo que hablo siempre y cuando ésta la
ejerza sin coerción alguna, sin mafia y sin trata. Porque repito, y lo haré mil
veces: la prostitución y la trata NO son lo mismo. Muchas abolicionistas me
dirán que en un contexto social patriarcal, machista y capitalista en el que
vivimos, la coerción a la hora de ejercer la prostitución existe siempre,
incluso cuando ésta se ejerce “libremente”. Y vale, podría ser cierto, pero así
también cualquier trabajo remunerado podría no ser elegido en plena libertad,
porque la rueda del capitalismo nos hace necesitarlos para comer. ¿Existe algo
más coercitivo que un sistema en el que o entras a la rueda o la alternativa
sea el hambre y la exclusión? ¿Existe,
pues, libertad en nuestro contexto social? No, pero no sólo para las
prostitutas, sino para nadie.
Si el problema no está entonces en
si verdaderamente ejercen la prostitución libremente, ¿dónde está lo denigrante?
¿En que su cuerpo es utilizado como mercancía? Volvemos a algo parecido. ¿Qué
cuerpo no lo es? ¿No es mi cuerpo en la oficina pura mercancía? ¿Y cuando friego el wc. en mi casa y nadie me paga? Seamos serias, que llevamos
usando nuestro cuerpo como mercancía para producir más mercancia desde los
albores de los tiempos: concretamente, como fuerza de trabajo. ¿O no es la maternidad una forma de producción
no remunerada? ¡Chicas! ¡Que eso es de primero de Federici!
A decir verdad, a mí me parece que
es más empoderador ser dueña de tu propio medio de producción, usarlo cuándo y
cómo te venga en gana, y cobrar por ello. Eso es algo que todas tenemos muy
claro y no nos produce susto alguno cuando el espacio “cuerpo” se limita al
cerebro o a las manos -¡Vamos, vagas, más que vagas asalariadas, emprendamos,
emprendamos! ¡Viva el derecho a emprender!- pero cuando entran las vaginas o el
gustete sexual en juego a ganar dinero, la cosa se pone fea. En mi opinión,
según cómo se trabaje la identidad y si la prostitución se ejerce desde el
feminismo, no puedo ver arma más potente que asumir nuestro propio cuerpo como algo
nuestro de verdad. Tan nuestro como para poder entenderlo como medio de producción. Pero, ¿y la plusvalía? ¡Pues la plusvalía, si el
cuerpo el mío, mía también!
He encontrado esta foto trasteando por Google. Quisiera poder citar a la autora, pero la página donde la he encontrado, no ha tenido a bien dejar la fuente original, aunque al menos está firmada -Gracias Shane-. Muy simbólico todo. Hoy no es mi día con las fotos. |
Vale, también se nos
puede decir que no es “meramente” esa práctica sexual. No hay que olvidar que no
somos seres a-ideológicos, sino culturales, que existimos y somos en un
lenguaje, en un texto y en su contexto. Y que, por ejemplo en Occidente, son
muchos siglos de dualismos neoplatónicos cuerpo / alma o mente, muchos siglos
de moralina religiosa, y que lo sexual tiene significados y tabúes muy difíciles
de arrebatar, que tienen efectos sobre las cabecitas de las personas y que la
mayoría del consumo de prostitución no es precisamente feminista, sino que se
sirve de esos tabúes para perpetuarse. Pero, ¿no trata precisamente el
feminismo de arrebatarnos todo eso? ¿De trabajar por la decisión de las mujeres
en un ámbito libre? ¿De terminar con los tabúes que nos esclavizan? Por favor,
amigas, díganmelo, porque si no va de eso, me apeo pero ya.
Y ahora que estaba por terminar el
texto y lo releo, ¿sabéis qué? Que me dan ganas de borrarlo desde arribota.
Estaba a punto de liarme a criticar algunas cosas que leí en el libro de
Beatriz Gimeno –muy lúcido, por cierto, aunque no estoy de acuerdo en casi
ninguna de sus conclusiones-. Estaba a punto de contaros mis pocas experiencias con prostitutas, curiosamente
abolicionistas. Pero me he releído, queridas. Es verdad que soy una tía
insegura en general, pero eso también a veces, la cosa de cuestionarme todo el
rato, me ayuda a hacer autocrítica y de eso también va este blog. Bien, pues
haré de mi inseguridad virtud: me he releído y me he caído fatal. ¿Quién carajo
soy yo para hablar en nombre de nadie? ¿Quién carajo somos las feministas de
salón para sentar cátedra y citar librotes sobre la vida y las decisiones de
otras mujeres? ¿Por qué no se nos ocurre algo tan sencillo como callarnos y dejarlas
decidir sobre sus cuerpos, si es lo que estamos pidiendo para todas con el
aborto?
Yo que pretendía exponer que no me cuesta
colocarme en ninguna de las dos posturas… Nada: ahora mismo olvidad todo lo que
he dicho. Toda la pedorrería y la palabrería y los conceptos bonitos y
lustrosos. Quienes tienen que hablar y decidir son ellas. Yo mejor me quedo a
su lado luchando, pero calladita y aprendiendo, igual que pedimos a los
biohombres que nos acompañan. Queridas feministas que no ejercemos la
prostitución, dejémos de sacarnos los ojos y de llenar páginas de paja y dejemos
a las prostitutas buscar sus propias vías de empoderamiento, que de eso va la
sororidad: de seres iguales que se acompañan y apoyan en las decisiones, y no
de sentirnos mujeres con superioridad moral o intelectual en condiciones de salvar
a nadie.
Vale ya con nuestro rollo pedorro.
No seamos paternalistas –y si, digo pater, chicas, digo pater /patriarcal- dejemos
de arrebatar a las putas su voz.
* ¡Ah! Y con las Femen digo algo
parecido, que se han jugado el careto, alguna ha estado en la cárcel, y han sorteado a la policía
y, al menos eso, se lo tenemos que reconocer. Aunque yo no comparta algunas de
sus luchas, ni alguna de sus formas, el enemigo es común.
** Este post va especialmente
dedicado a Isabel Mastrodoménico, feminista maravillosa, peleona, luchadora a
la que admiro y amo y con la que no puedo diverger más en la teoría y admirar
más en la vida. Seguro que estará en absoluto desacuerdo con este post, pero con
mujeres como ella se aprende sororidad cada día. Gracias Isa.
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