miércoles, 25 de septiembre de 2013

Putas, sororidad y mi bocachanclismo.



Hace algunos meses, en un artículo que escribí, dije que feminismos hay muchos. Tantos, que a veces una se acaba desmovilizando por sopor ante el constante debate, tira y afloja. Ciertos temas se enconan-coñan tanto que acaban por aburrir, se quedan flotando en la superficie de las teorías, se alejan de la calle y se vuelven improductivos. Si hasta hace unos años las feministas parecíamos tener que enmarcarnos o bien en feminismos de la igualdad o de la diferencia, o queer –que era ya lo más de lo más-, siempre ha habido que mojarse en el tema de la prostitución, y cada 23 de septiembre, como siempre y sin tarjeta, con la confusión de “trata y de prostitución”, hay que elegir y posicionarse entre ser abolicionista o regulacionista. 

Hace ya un par de años, saltaron a la palestra las mediaticas Femén, un grupo de activistas jovencísimas ucranianas –en los primeros tiempos, ahora el movimiento se ha internacionalizado- que, a muy grandes rasgos, se caracterizaron por su crítica y acciones –generalmente mostrando las tetas en lugres públicos, pero también derribando cruces, asaltando iglesias, etcétera- contra las distintas iglesias cristianas, la sharia, el islamismo y la prostitución por considerarlas distintas prácticas de dominación y esclavitud del cuerpo femenino. Muchas feministas las aplaudieron, otras muchas las criticaron y la controversia sigue, pero en cierto modo revisibilizaron el debate de la prostitución. Un debate que, si bien nunca dejó de estar presente, no llegaba con facilidad y asiduidad a los medios de comunicación tradicionales.

Arresto de una activista de Femen en Bruselas, durante una acción contra Putting. Diciembre de 2012 (Fuente: Geert Vanden Wijngaert/AP Images)

Aunque Hetaria y muchos otros llevan dando guerra desde siempre, varios colectivos de trabajoras del sexo participaron muy activamente en las acampadas y asambleas del 15M durante 2011 en España –Recordemos la deliciosa proclama: “Las putas declaramos: Los políticos no son hijos nuestros”- y Feminismos Sol, tras largas asambleas y encuentros, llegó a varios consensos a favor de los derechos de las trabajadoras sexuales y en contra de la trata de personas. El debate, que siempre estuvo en la calle, de forma literal, iba haciéndose cada vez más extenso.

He intentado localizar la autoría de esta foto sin éxito. Juraría que empecé a ver camisetas como ésta en las acampadas del 15M, pero desconozco su origen. Prometo poner la fuente a pie de página en cuanto tenga la info. (Gracias a @SorSebastian y tantxs amigxs por ayudarme en la búsqueda)
Yo entonces andaba más bien cercana al abolicionismo, pero desde entonces he ido entendiendo cosas que nunca antes había comprendido y que ahora sé explicar desde un punto de vista teórico, gracias en parte a lo partidaria que soy de muchos conceptos que nos trajo la postmodernidad, y que también me ayudan a posicionarme a este respecto. Me explico. Últimamente, desde la izquierda sobre todo, mucha gente se queda únicamente en las barbaridades Fukujama Style cuando habla de postmodernidad. No, oigan, no voy por ahí, no creo que haya llegado el fin de la historia, ni de las ideologías. De hecho, la “desideologización” -como "lo neutro"- no me parece sino el subterfugio pretendidamente aséptico de la derecha. 

A mi humilde entender, la postmodernidad es el paradigma cultural en que nos movemos -al menos en Occidente-, el lugar desde el que pensamos el mundo y, desde ese punto de vista, pienso que negarla sería como si Velázquez se negara a ser barroco. Dentro de ese discurso postmoderno desde el que pensamos, hablamos e interpretamos la realidad, hay algunas herramientas que considero muy poderosas para el análisis, la crítica y la lucha, como la deconstrucción y la importancia del relato para la identidad. Efectivamente, los grandes relatos, muchas de las grandes Verdades –que no realidades- de la modernidad se han tambaleado con la globalización y la sociedad en red,y no diría que para mal. Los grandes discursos del Comunismo o el Capitalismo, las grandes obras con afán de universalidad ahora necesitan ser contextualizadas y relativizadas, deconstruidas y reformuladas según las necesidades concretas o según los colectivos de los que se trate. Y eso es la mar de sano: no es relativismo eximente, es contextualización. 

Probablemente, como anticipaba Foucault en Las palabras y las cosas, esto ya empezó a ocurrir precisamente en la modernidad, tras el “descubrimiento” del nuevo mundo al chocarse los europeos con nuevas formas de entender el mundo. Pero ahora, más que nunca, con siglos de medios de comunicación de masas democratizados, y más aún con el acceso a internet y la revolución de las comunicaciones, cualquier personita de a pie debería poder entender que no existen grandes modelos de Verdad que se puedan aplicar a otras culturas, contextos sociales y realidades sin más. Las éticas tienen que ser necesariamente dialógicas y las identidades conscientes de que lo son para poder ser aquello que deseen ser libremente y en igualdad de condiciones.

Aclarado esto, puedo afirmar que, aunque me considero laica y relaica y aunque no me guste ninguna religión -porque me parecen que todas usan instrumentos de sometimiento de la mujer- nunca jamás se me pasaría por la cabeza arrancar crucifijos de cuellos ajenos, prohibir velos, ni decirle a nadie cómo tiene que empoderarse y luchar, porque soy consciente de mi lejanía con el contexto de las personas que profesan religiones, de lo intraducible de cada paradigma. Además, quiero insistir mucho en algo: he visto luchas y activismos feministas mucho más fructíferas, atrevidas y fuertes en países musulmanes, en Latinoamérica o la India, de lo que seríamos capaces de hacer aquí, nosotras tan blanquitas, educadas y racionalísimas europeas de pro. Y eso no es tampoco el relativismo cultural al que se agarra el machismo, así que ojo, machistas relativistas transnacionales: acosar, violar, pegar a una mujer, denigrarla y considerarla inferior, objetivizarla, esclavizarla, negarle los derechos básicos etcétera, está mal en casa del español viejo, del judío del kibtuz y del chino mandarín. 

Desde ese mismo lugar, volviendo a la discusión del abolicionismo, me pregunto si debemos dar por hecho que una mujer que ejerce la prostitución está siendo denigrada. No lo tengo claro. O mejor dicho, creo que la única que puede decirlo es la prostituta. Os recuerdo que hablo siempre y cuando ésta la ejerza sin coerción alguna, sin mafia y sin trata. Porque repito, y lo haré mil veces: la prostitución y la trata NO son lo mismo. Muchas abolicionistas me dirán que en un contexto social patriarcal, machista y capitalista en el que vivimos, la coerción a la hora de ejercer la prostitución existe siempre, incluso cuando ésta se ejerce “libremente”. Y vale, podría ser cierto, pero así también cualquier trabajo remunerado podría no ser elegido en plena libertad, porque la rueda del capitalismo nos hace necesitarlos para comer. ¿Existe algo más coercitivo que un sistema en el que o entras a la rueda o la alternativa sea el hambre y la exclusión?  ¿Existe, pues, libertad en nuestro contexto social? No, pero no sólo para las prostitutas, sino para nadie.
Si el problema no está entonces en si verdaderamente ejercen la prostitución libremente, ¿dónde está lo denigrante? ¿En que su cuerpo es utilizado como mercancía? Volvemos a algo parecido. ¿Qué cuerpo no lo es? ¿No es mi cuerpo en la oficina pura mercancía? ¿Y cuando friego el wc. en mi casa y nadie me paga? Seamos serias, que llevamos usando nuestro cuerpo como mercancía para producir más mercancia desde los albores de los tiempos: concretamente, como fuerza de trabajo. ¿O no es la maternidad una forma de producción no remunerada? ¡Chicas! ¡Que eso es de primero de Federici!
A decir verdad, a mí me parece que es más empoderador ser dueña de tu propio medio de producción, usarlo cuándo y cómo te venga en gana, y cobrar por ello. Eso es algo que todas tenemos muy claro y no nos produce susto alguno cuando el espacio “cuerpo” se limita al cerebro o a las manos -¡Vamos, vagas, más que vagas asalariadas, emprendamos, emprendamos! ¡Viva el derecho a emprender!- pero cuando entran las vaginas o el gustete sexual en juego a ganar dinero, la cosa se pone fea. En mi opinión, según cómo se trabaje la identidad y si la prostitución se ejerce desde el feminismo, no puedo ver arma más potente que asumir nuestro propio cuerpo como algo nuestro de verdad. Tan nuestro como para poder entenderlo como medio  de producción. Pero, ¿y la plusvalía? ¡Pues la plusvalía, si el cuerpo el mío, mía también!

He encontrado esta foto trasteando por Google. Quisiera poder citar a la autora, pero la página donde la he encontrado, no ha tenido a bien dejar la fuente original, aunque al menos está firmada -Gracias Shane-. Muy simbólico todo. Hoy no es mi día con las fotos.
Y hete aquí otro punto gordo ético teórico. Dirían las abolicionistas –y yo he de reconocer que en esto soy una conversa, pues de aquí venía yo- que en la práctica real, la mayoría de la prostitución la ejercen mujeres pobres. Existen prostíbulos donde la prostituta apenas se queda con nada de lo que recauda. E incluso, es bien sabido que, en el contexto del capitalismo global, existen los llamados destinos de turismo sexual donde miles de hombres viajan al año, lo cual intensifica el problema de la trata. Vamos, que la cosa en la práctica parecer mover muchísimo dinero del que no se apoderan precisamente las putas. De hecho, de ser así, serían las dueñas del mundo. Bien. De acuerdo. La injusticia está más que localizada. Pero ahora me pregunto: ¿no es eso algo intrínseco al capitalismo global patriarcal? Hagamos una analogía con otro mercado donde la producción esté controlada por hombres y el trabajo feminizado: ¿qué diferencia hay con la industria, por ejemplo, de la moda? ¿O es que no sabemos que los grandes grupos textiles buscan los países más pobres y esclavizan a las mujeres en sus fábricas en condiciones inseguras, insalubres, que sus trabajadoras en el “primer mundo” también están sujetas a despidos por embarazo, cobran menos que los hombres y a toda la parafernalia machista occidental? ¿Qué diferencia habría si no es en la mera práctica sexual?
Vale, también se nos puede decir que no es “meramente” esa práctica sexual. No hay que olvidar que no somos seres a-ideológicos, sino culturales, que existimos y somos en un lenguaje, en un texto y en su contexto. Y que, por ejemplo en Occidente, son muchos siglos de dualismos neoplatónicos cuerpo / alma o mente, muchos siglos de moralina religiosa, y que lo sexual tiene significados y tabúes muy difíciles de arrebatar, que tienen efectos sobre las cabecitas de las personas y que la mayoría del consumo de prostitución no es precisamente feminista, sino que se sirve de esos tabúes para perpetuarse. Pero, ¿no trata precisamente el feminismo de arrebatarnos todo eso? ¿De trabajar por la decisión de las mujeres en un ámbito libre? ¿De terminar con los tabúes que nos esclavizan? Por favor, amigas, díganmelo, porque si no va de eso, me apeo pero ya.
Y ahora que estaba por terminar el texto y lo releo, ¿sabéis qué? Que me dan ganas de borrarlo desde arribota. Estaba a punto de liarme a criticar algunas cosas que leí en el libro de Beatriz Gimeno –muy lúcido, por cierto, aunque no estoy de acuerdo en casi ninguna de sus conclusiones-. Estaba a punto de contaros mis pocas experiencias con prostitutas, curiosamente abolicionistas. Pero me he releído, queridas. Es verdad que soy una tía insegura en general, pero eso también a veces, la cosa de cuestionarme todo el rato, me ayuda a hacer autocrítica y de eso también va este blog. Bien, pues haré de mi inseguridad virtud: me he releído y me he caído fatal. ¿Quién carajo soy yo para hablar en nombre de nadie? ¿Quién carajo somos las feministas de salón para sentar cátedra y citar librotes sobre la vida y las decisiones de otras mujeres? ¿Por qué no se nos ocurre algo tan sencillo como callarnos y dejarlas decidir sobre sus cuerpos, si es lo que estamos pidiendo para todas con el aborto?
Yo que pretendía exponer que no me cuesta colocarme en ninguna de las dos posturas… Nada: ahora mismo olvidad todo lo que he dicho. Toda la pedorrería y la palabrería y los conceptos bonitos y lustrosos. Quienes tienen que hablar y decidir son ellas. Yo mejor me quedo a su lado luchando, pero calladita y aprendiendo, igual que pedimos a los biohombres que nos acompañan. Queridas feministas que no ejercemos la prostitución, dejémos de sacarnos los ojos y de llenar páginas de paja y dejemos a las prostitutas buscar sus propias vías de empoderamiento, que de eso va la sororidad: de seres iguales que se acompañan y apoyan en las decisiones, y no de sentirnos mujeres con superioridad moral o intelectual en condiciones de salvar a nadie.
Vale ya con nuestro rollo pedorro. No seamos paternalistas –y si, digo pater, chicas, digo pater /patriarcal- dejemos de arrebatar a las putas su voz.


* ¡Ah! Y con las Femen digo algo parecido, que se han jugado el careto, alguna ha estado en la cárcel, y han sorteado a la policía y, al menos eso, se lo tenemos que reconocer. Aunque yo no comparta algunas de sus luchas, ni alguna de sus formas, el enemigo es común.
** Este post va especialmente dedicado a Isabel Mastrodoménico, feminista maravillosa, peleona, luchadora a la que admiro y amo y con la que no puedo diverger más en la teoría y admirar más en la vida. Seguro que estará en absoluto desacuerdo con este post, pero con mujeres como ella se aprende sororidad cada día. Gracias Isa.

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